En Chiclayo la realidad educativa parece un mal chiste. Más de 1,200 alumnos siguen estudiando en locales alquilados, con carencias de todo tipo, mientras su colegio ya está terminado desde el 2023. El moderno edificio está ahí, listo para ser usado, pero se encuentra cerrado por deficiencias en la infraestructura y la negligencia de quienes deberían priorizar el derecho a la educación.
Se trata de niños y adolescentes que pierden la oportunidad de aprender en un ambiente digno, mientras ven cómo las autoridades gastan dinero en alquileres que no tienen ningún sentido. Los padres denuncian que el colegio terminado lleva casi dos años sin entregarse por observaciones que podrían subsanarse con la empresa responsable, para que se pueda recepcionar cuanto antes. Esta es sin duda un ejemplo que desnuda la incapacidad del Gobierno Regional de Lambayeque para resolver lo más básico.
La educación no puede seguir siendo víctima del abandono ni de intereses que nunca se explican. Cada día que pasa en locales improvisados es un día perdido en la formación de los estudiantes, una generación que merece mejores condiciones y que no puede seguir pagando las consecuencias de la ineficiencia pública.
Si Chiclayo quiere ver progreso, debe empezar por abrir las puertas de ese colegio que hoy permanece vacío y convertido en un monumento a la indiferencia estatal. El cambio de ciclo en el Sistema de Educación se hace muy necesario para que el futuro se construya con voluntad política y compromiso real con los estudiantes.